sábado, 8 de agosto de 2009

Dalva y Rafael están casados hace más de 30 años. Viven en Chiloé. Si no fuera por Dalva, Rafael sería un niño de 50 años. Si no fuera por Rafael, que naufragó mientras pescaba en esa isla sureña, Dalva viviría en PuertoVaras. 
Eran los ochenta y no había forma de avisarle a la familia que la lancha pesquera casi se parte en dos, pero que estamos todos vivos. En una isla, con poca gente y pocos materiales para reparar el desperfecto, los meses pasaron y la familia lo dio por muerto. Pero Rafael, acostumbrado al mar y sus mañas, volvió a los dos meses a su casa. Y no lo hizo solo. Volvió con los ojos llenos de atardeceres brillantes y con una idea luminosa: "Nos vamos para allá", le dijo a Dalva. Y ella aceptó. 
De eso ya pasaron 20 años y hoy viven en una casita a la orilla del mar en Tenaún. Este es un pueblo que tiene todo lo necesario para sobrevivir: Bosques donde recoger castañas, mareas bajas para salir a mariscar, casas con calefacción a leña, mate a la hora que a uno se le ocurra, vecinos amables que te convidan chicha, un bar, una escuela, la iglesia y el cementerio. Y silencio las veces que sea necesario. 
En febrero pasado estuve allí. Llegué de casualidad, buscando un lugar lejano donde pasar unos días perdida del mundo. El camino desde Castro a Tenaún es difícil y demora unas dos horas, pero en un buen auto se logra. Si no, existen micros dos veces al día que si bien dejan los riñones a la altura de la garganta son una opción para observar mejor el paisaje y sus habitantes. O para que ellos te observen a ti, que es lo más probable. 





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