En las pocas semanas que llevo de profe, he pasado del cansancio a la esperanza. Mis alumnos, con toda su carga emocional a cuestas, hacen el milagro de levantarse todas las mañanas porque tienen fe en que algo bueno les va a pasar, ¿Cómo no voy a tenerla yo?
Cristina tiene 15 años, una madre alcohólica y vive con su hermana que debe mantener a cuatro hijos. Ha faltado sólo dos veces al colegio en el mes. Hace dos días se peleó con su mamá porque se emborrachó con la asignación familiar y el bono marzo que entrega el gobierno, que se supone eran para que Cristina tuviera algo de dinero. Como se quedó sin un peso, está pensando en buscarse un trabajo para después de clases y su hermana la apoya, porque no le alcanza para mantenerla.
Italo quedó repitiendo el año pasado y está en primero medio. Se porta mal, no hace los trabajos, contesta de manera agresiva. Mira desafiante a quien se atreva a mostrarse como autoridad ante él. Como se portó tan mal, llamé a su abuela, que aparecía en el registro como su apoderada.
- Aló, con la señora María?
-Si, dígame.
-Soy la profesora de Italo y tengo algunos problemas con él....
- Profesora, gracias por llamarme pero Italo no llega a la casa hace una semana.
Según contó la abuela, pidió permiso para ir donde una tía y no volvió más. Su madre, desaparecida en acción, fue apoderada del niño el año pasado y nunca se preocupó. Ahora es su hermanastro quien asumió la tarea de "enrielarlo". Sin embargo, la abuela sólo tiene palabras negativas para su nieto. "La idea es que vaya al colegio, pero no a estorbar a los demás", me dijo al final de la conversación.
Camila está en segundo medio y adora el colegio. Pero tiene artritis juvenil, una enfermedad que le impide levantarse muchas mañanas. Otras lo hace, pero con dolores que le parten el alma. Apenas camina, se mueve con dificultad y tiene ya una prótesis de cadera. No quiere usar bastones, porque le da vergüenza que los demás la vean en esas condiciones. A los quince años es importante lo exterior, más importante incluso que la salud. Su madre llora cuando recuerda que Camila adora el colegio, que tiene buenas notas y que quiere ser profesional.
¿Qué me importa la Química si no tengo con qué vestirme? ¿Si tengo hambre, si tengo pena porque mi mamá me abandonó? ¿Qué me importa que esta vieja de mierda de Lenguaje me rete todo el día, me pide que apague mi celular, si en la casa no hay nadie que me regañe por portarme mal?
Es lo que preguntan los alumnos, todos los días. Y tienen razón. Si en sus vidas está el desastre, las fórmulas matemáticas suenan tan extrañas como el chino mandarín.
Ese es el desafío de los profesores que trabajan con alumnos vulnerados: no sólo conseguir el aprendizaje, sino hacer entender que es la única forma de romper el círculo de la pobreza.
Cuesta, sobre todo porque se trata de jóvenes que en un principio no quieren recibir ayuda. Sin embargo, si se escarba un poco en sus historias, es posible descubrir que sólo necesitan que alguien los vea.
Me pasó con Italo: de ser el más rebelde de mi clase, luego de preguntarle por su situación veo en sus ojos que tiene ganas de hacer bien las cosas. Espero, con toda el alma, que lo consiga.