lunes, 26 de abril de 2010

¿Para qué educamos?

No he podido dejar de pensar en que cada vez que entro a una sala de clases llena de alumnos vulnerados, estoy reproduciendo las mismas cosas que me dijeron cuando era estudiante.
No he podido determinar cuándo es que mi pedagogía puede pasar de la educación para la dominación a una educación para el cambio social, porque francamente, nunca antes me había cuestionado esto de manera tan intensa.
Lo que siempre he soñado es que los seres humanos puedan participar de su proceso educativo de manera conciente y libre, aprendiendo de la forma y lo que estimen conveniente, no solo lo que un curriculum que viene desde la elite les dice que deben aprender.
Pero la realidad es tan diferente. Mis alumnos, aunque suene un poco extremo, son seres alienados por la televisión. Tienen un discurso sacado de los medios, pero no saben muy bien lo que significa.
Por ejemplo, hace un par de días armamos una discusión sobre la píldora del día después. Y su discurso me impactó: "es abortiva", dijo uno, "si le gustó tanto hacer la guagua ahora que se aguante" dijo otro, usando el eufemismo para decir que si a una niña le gustó acostarse con el compañero es poco menos que una puta y que se la banque.
Esos mismos adolescentes son los que tienen una de las tasas de embarazo más altas de la comuna de Puente Alto. Tienen un discurso que no les sirve, que adoptaron de la tele y la tele a su vez de la elite dominante y se arruinan la vida. Porque muy lindas serán las guaguas, pero a los quince no es más que una tremenda cagada.
Entonces, ¿Cómo trabajar con estos chiquillos que parecen no tener conciencia de que les están vendiendo una pomada? ¿Cómo romper con ese círculo?
Parece que me dieron ganas de partir a Argentina

sábado, 24 de abril de 2010

¿Por qué el frío produce pena?

Algo pasó con el otoño en Santiago: duró dos semanas y luego la temperatura descendió hasta dejarnos en el horroroso y frío invierno, ese de los rotavirus, la contaminación ambiental y los días oscuros.
Sentir frío es lo más parecido a sentirse sola. Las manos se congelan, la ropa no sirve para cubrirse, los ojos se ponen llorosos, dan ganas de encogerse y quedarse bajo algún techo que te cubra. El viento hiere en la cara, se mete por entre medio del cabello, hiela la nuca y se queda en las orejas que siempre están descubiertas.
No basta con estar en casa y metida en la cama. Siento tanto frío que parece que lo llevo conmigo donde sea.
Cuando el frío, enemigo mortal de la alegría, se mezcla con la soledad, empieza a producir nostalgia:
ganas de que sea verano, o por lo menos primavera, para llorar por culpa de la alergia y no a causa de los recuerdos impertinentes.

viernes, 9 de abril de 2010

El milagro de ir al colegio

En las pocas semanas que llevo de profe, he pasado del cansancio a la esperanza. Mis alumnos, con toda su carga emocional a cuestas, hacen el milagro de levantarse todas las mañanas porque tienen fe en que algo bueno les va a pasar, ¿Cómo no voy a tenerla yo?

Cristina
tiene 15 años, una madre alcohólica y vive con su hermana que debe mantener a cuatro hijos. Ha faltado sólo dos veces al colegio en el mes. Hace dos días se peleó con su mamá porque se emborrachó con la asignación familiar y el bono marzo que entrega el gobierno, que se supone eran para que Cristina tuviera algo de dinero. Como se quedó sin un peso, está pensando en buscarse un trabajo para después de clases y su hermana la apoya, porque no le alcanza para mantenerla.

Italo quedó repitiendo el año pasado y está en primero medio. Se porta mal, no hace los trabajos, contesta de manera agresiva. Mira desafiante a quien se atreva a mostrarse como autoridad ante él. Como se portó tan mal, llamé a su abuela, que aparecía en el registro como su apoderada.
- Aló, con la señora María?
-Si, dígame.
-Soy la profesora de Italo y tengo algunos problemas con él....
- Profesora, gracias por llamarme pero Italo no llega a la casa hace una semana.

Según contó la abuela, pidió permiso para ir donde una tía y no volvió más. Su madre, desaparecida en acción, fue apoderada del niño el año pasado y nunca se preocupó. Ahora es su hermanastro quien asumió la tarea de "enrielarlo". Sin embargo, la abuela sólo tiene palabras negativas para su nieto. "La idea es que vaya al colegio, pero no a estorbar a los demás", me dijo al final de la conversación.

Camila está en segundo medio y adora el colegio. Pero tiene artritis juvenil, una enfermedad que le impide levantarse muchas mañanas. Otras lo hace, pero con dolores que le parten el alma. Apenas camina, se mueve con dificultad y tiene ya una prótesis de cadera. No quiere usar bastones, porque le da vergüenza que los demás la vean en esas condiciones. A los quince años es importante lo exterior, más importante incluso que la salud. Su madre llora cuando recuerda que Camila adora el colegio, que tiene buenas notas y que quiere ser profesional.

¿Qué me importa la Química si no tengo con qué vestirme? ¿Si tengo hambre, si tengo pena porque mi mamá me abandonó? ¿Qué me importa que esta vieja de mierda de Lenguaje me rete todo el día, me pide que apague mi celular, si en la casa no hay nadie que me regañe por portarme mal?


Es lo que preguntan los alumnos, todos los días. Y tienen razón. Si en sus vidas está el desastre, las fórmulas matemáticas suenan tan extrañas como el chino mandarín.
Ese es el desafío de los profesores que trabajan con alumnos vulnerados: no sólo conseguir el aprendizaje, sino hacer entender que es la única forma de romper el círculo de la pobreza.

Cuesta, sobre todo porque se trata de jóvenes que en un principio no quieren recibir ayuda. Sin embargo, si se escarba un poco en sus historias, es posible descubrir que sólo necesitan que alguien los vea.


Me pasó con Italo: de ser el más rebelde de mi clase, luego de preguntarle por su situación veo en sus ojos que tiene ganas de hacer bien las cosas. Espero, con toda el alma, que lo consiga.



sábado, 3 de abril de 2010

Nuevas impresiones sobre viejas emociones

"El miércoles pasado, dos alumnos se golpearon en mi sala de clases. Luego de eso perdí no solo la clase, sino que el control sobre ese grupo de estudiantes. Me paré a pensar un poco, cosa que no había hecho desde hace un mes, por lo menos.
Me di cuenta que he estado absorbiendo toda esa violencia, gritos, malas caras. Que tengo el cuerpo y mis emociones gastadas después de un mes de convivir con todo eso. Es como si en vez de golpearse entre ellos, me golpearan a mi. Me duelen los brazos y las piernas. Y no puedo dejar de pensar en Morrinson, Stefani, Richard..."

Esto lo escribí hace poco más de una semana. Fue mi propia pasión y muerte (ya que justo me dio la garrotera en semana santa, jaja) Menos mal que vino el domingo.