Hoy fue un día fatal. Mis alumnos se portaron muy mal, agresivos como nunca o quizás, por primera vez sentí la impotencia de no saber controlarlos.
Tenía que hacer una prueba de un libro muy fome, "Nada menos que todo un hombre" de Miguel de Unamuno. Nadie, excepto cinco cabros, lo habían leído.
Es cierto que no es una invitación fascinante a la lectura, pero por último, que lo hicieran por cumplir.
Más encima, se pusieron choros. No se callaron a pesar de las amenazas de quitar la prueba, de anotar en el libro, de llamar a sus apoderados. Perdí todas mis armas. Me dio rabia, pena, todo junto. Me quedé en silencio los últimos minutos de la clase. Y nadie pareció darse cuenta.
Para colmo, hace dos meses que no me pagan el sueldo. Ya no aguanto más la falta de respeto de tener que ir a rogar que por favor me paguen lo que corresponde: 37 horas a la semana sacándome la cresta, trabajando más que nunca en mi vida, levantándome temprano, recorriendo la mitad de esta ciudad con frío, con calor, apretada en el metro, con sueño.
¿Y cuánto sería eso?
300 lucas.
300 miserables lucas que debo ir a buscar como si me estuvieran haciendo un favor.
Es indigno, es humillante.
Por eso tengo rabia.