Sentir frío es lo más parecido a sentirse sola. Las manos se congelan, la ropa no sirve para cubrirse, los ojos se ponen llorosos, dan ganas de encogerse y quedarse bajo algún techo que te cubra. El viento hiere en la cara, se mete por entre medio del cabello, hiela la nuca y se queda en las orejas que siempre están descubiertas.
No basta con estar en casa y metida en la cama. Siento tanto frío que parece que lo llevo conmigo donde sea.
Cuando el frío, enemigo mortal de la alegría, se mezcla con la soledad, empieza a producir nostalgia:
ganas de que sea verano, o por lo menos primavera, para llorar por culpa de la alergia y no a causa de los recuerdos impertinentes.
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