Ese fue el final del viaje, la niebla nos dio una despedida hermosa y fría. Hizo que las luces de la calle se transformaran en rayos que atravesaban los árboles, tal como a veces se cuela el sol por entremedio de las nubes. Una noche de un lunes feriado en una ciudad del sur es el lugar más solitario que hay. Algunos parroquianos estaban sentados frente a las máquinas del casino. Otros se apuraban en comprar las cosas de la semana en el supermercado. Todos los que a esa hora estaban en la calle parecían correr a sus casas. Un pedazo de la costanera se hundió con el terremoto. Si bien no es nada grave, la gente de Valdivia se impresionó, quizás por el casi mitológico recuerdo del terremoto de 1960.
Lo que más impresiona del centro histórico de esta ciudad es que hay pocos edificios realmente antiguos. Al caminar por las calles comerciales aparecen placas que explican el por qué: el incendio de la ciudad en 1909, el terremoto...
Uno de los edificios más imponentes es el del Cecs, Centro de Estudios Científicos, obra del connotado físico Claudio Bunster, el mismo que antes era Teitelboim pero se cambió el apellido cuando descubrió que Volodia no era su padre (el comidillo me encanta) . El edificio ocupa una cuadra y se nota la inversión. El resto, calles oscuras pero amables. Destaca la calle Esmeralda, donde se han ubicado algunos restoranes y pubs, que la perfilan como un pequeño barrio bohemio. Se está recién perfilando, digo, porque al lado del pub hay un jardín infantil o un centro médico, por ejemplo.
De seguro, Valdivia debe ser mucho más en verano: habrá más gente, el frío no será tan intenso, las avenidas tendrán más luz. Pero yo la prefiero así, nostálgica y solitaria, cubriendo al río Calle calle de niebla. O tragándoselo, mejor dicho.
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