lunes, 9 de agosto de 2010

El desafío de ser un buen profesor

Publicado en www.eligeeducar.cl

Aunque todos los estudios indiquen que un profesor de excelencia mejora el rendimiento de sus alumnos, no es hasta que llegas a una sala de clases que esta máxima se convierte en una urgencia. Hice clases durante cuatro meses en un liceo técnico de Puente Alto, reclutada por Enseña Chile. En este liceo, los buenos profesores escasean y están cansados. Eso provoca una reacción en cadena que impresiona: los alumnos no se motivan porque no entienden a qué van al colegio y los profesores se quejan de lo malos que son sus alumnos.

En cambio, un buen profesor consigue cosas que nunca imaginó: Que un alumno que al principio era agresivo quiera ser su ayudante, que un curso se motive para alcanzar una meta, que no quieran salir a recreo porque están felices siguiendo la actividad de aprendizaje.

Todo esto, lo bueno y lo malo, me sucedió. Muchas veces, al ver que mis alumnos no sabían cosas básicas –en segundo medio escribían “hauto” en vez de “auto”- me daba rabia que el vacío que tenían fuera tan grande y quería renunciar. Pero otras veces no quería salir de la sala de clases. Como una ocasión en la que, para que se tragaran una materia sobre niveles de habla formal e informal, inventé un programa de televisión: el más pintamonos del curso era mi entrevistado y otro alumno se puso una mochila al hombro, a modo de cámara.
Ese día, tuve a mi audiencia cautiva durante casi toda la clase y lo pasé increíble. Se reían cuando había un chiste y tomaban apuntes cuando se los pedía. Los tuve en mi mano por casi noventa minutos. En otra ocasión, logré que mi curso más desordenado se quedara en silencio por al menos 20 minutos. ¿Cómo? Inventando un concurso en el que debían inventar la continuación de una historia. Podían participar sólo aquellos que levantaran la mano en silencio y todos respetaron. Cuando sonó el timbre se escuchó un “¡nooooo!” Mi sonrisa de satisfacción duró todo el día.

Así son las salas de clases, súper intensas. Por eso, creo que un buen profesor es aquél que está preparado para vivir intensamente. Con ganas de que todos los días sean un desafío. Hay que tener empatía con los intereses de los alumnos, ser buen relacionador público para manejarse con los demás profesores y tener visión de futuro: entender que lo que estás sembrando sólo se cosechará muchos años después cuando te encuentres con uno de tus ex alumnos y te diga “gracias a usted llegué a la universidad”.

Lo que aprendí en esos meses me marcó para el resto de mi carrera profesional.

El desafío de ser buen profesor no es para cualquiera. No sólo se necesita vocación sino que valentía y paciencia. Sobre todo esta última, porque los cambios en los alumnos no son de un día para otro. Pero cuando ocurren producen una alegría indescriptible. Y una sensación de que se está aportando al futuro de un país en lo que verdaderamente importa: entregar igualdad de oportunidades para todos.

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